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Las dudas de Felipe Calderón sobre el veredicto contra García Luna

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De lo que no hay duda: sesenta mil homicidios y veintiséis mil personas desaparecidas en la guerra contra el narcotráfico durante su gobierno  

T|CDMX|14032023. Felipe Calderón dice tener muchas dudas sobre la sentencia dictada contra el hombre fuerte de su gobierno. No podría ser de otra manera, como siempre, ante las innumerables muestras de las terribles consecuencias de sus seis años de gobierno, y en particular su guerra contra las drogas prefiere culpar a cualquier otra institución, gobierno o personaje, con tal de salir al paso. Dice un viejo refrán que todo cae por su peso y en política ese peso es aplastante porque sus acciones u omisiones afectan a millones de personas. No es necesario ampararse en la ley, como lo hace frecuentemente Calderón, cuando es visible para muchas personas y comunidades en todo el país lo que ocurrió a partir de que decidió contrarrestar su legitimidad cuestionada en una guerra simulada y con objetivos que hicieron prevalecer a un cartel criminal sobre otros. Quizás su desmemoria selectiva no le permite reconocer que desde un inicio se sabía del tipo de personaje que era Genaro García Luna (nombre que ni siquiera menciona) y que sus decisiones crearon una ola de terror desconocida hasta entonces en materia de seguridad y derechos humanos. 

Para enfrentar la desmemoria selectiva del expresidente, es necesario recordar que su “guerra simulada” inició en diciembre de 2006, es decir a un par de meses después de su conflictiva toma de posesión, y que hasta el fin de su sexenio en 2012 se registraron más de 60,000 homicidios relacionados con la violencia del narcotráfico, según estimaciones oficiales y de organizaciones civiles, teniendo como escenarios principalmente a estados como Chihuahua, Sinaloa, Guerrero y Nuevo León, entidades donde precisamente se asentaron los carteles que más adelante lograron controlar el tráfico de drogas, según fue expuesto en el juicio en EU. El número muertes relacionadas con la violencia del narcotráfico alcanzó su punto máximo en el año 2011 con más de 15,000 muertes registradas, justo un año antes de que finalizará su sexenio; no es necesario tener una gran imaginación para pensar que se debía a los reacomodos que los criminales deberían hacer por el cambio de gobierno. Además, uno de los datos más dramáticos, por las consecuencias que implica para las personas y familias, fue el aumento en el número de desapariciones forzadas en el país. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, se registraron más de 26,000 casos de personas desaparecidas en México entre 2006 y 2012, afectando a las comunidades más pobres e indefensas, como las indígenas, las más pobres y las aisladas, y provocando desplazamientos forzados de poblaciones enteras, así como ejecuciones extrajudiciales y tortura. A todo el terror provocado por Felipe Calderón y su jefe de policías contra personas, familias, comunidades y zonas enteras del país hay que agregar los miles de millones de dólares en la lucha contra el narcotráfico, la corrupción y el despliegue miles de soldados y policías en todo el país, sin que en ningún momento se redujera la violencia y el tráfico de drogas, y por el contrario se afectará la economía mexicana y la confianza de la ciudadanía en las instituciones públicas.

Aún y con todas las pruebas en su contra, Felipe Calderón se encuentra en el peor de los dilemas:   desconocer el juicio o en su defecto desconocer lo que hacía su Secretario de Seguridad, en cualquier caso, no puede negar lo negro de su administración, a pesar de que sus, cada vez menores, huestes y el PAN lo sigan defendiendo. Sin duda aún tiene una pequeña barrera de intereses para evitar su encarcelamiento y el juicio que merece en nuestro país, pero pronto caerá porque no se puede vivir huyendo y libre como si no fuera responsable de la tragedia nacional que generó entre el 2006 y el 2012; seguirá insistiendo en que es objeto de una “persecución política franca, abierta y burda y sólo se trata de desviar la atención de la sociedad sobre los verdaderos problemas del país”, no se puede esperar nada más de un personaje siniestro y tendiente a la mitomanía (tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciendo, la realidad de lo que se dice).   

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