T|CDMX|07062023. El día de ayer, el todavía canciller Marcelo Ebrard anunció que dejará el cargo a partir del próximo 12 de junio para dedicarse por entero a recorrer el país con su plataforma político electoral, que de momento está planteada de manera inicial en el formato de libro, “El camino de México”, con una exposición franca de su trayectoria, formación, origen familiar, desempeño público y objetivos estratégicos en términos personales y políticos de cara a la sucesión presidencial de 2024.
El anuncio era algo esperable, y rondaba en el ambiente toda vez que él mismo anunció en días pasados, a través de sus cuentas en redes sociales, que le tenía preparada una sorpresa o buena noticia a la ciudadanía en los términos de una propuesta innovadora para llevar a cabo la metodología de selección del abanderado de Morena, que, bajo el formato de Coordinador Nacional de Defensa de la Cuarta Transformación, habrá de encabezar los esfuerzos de continuidad del movimiento fundado por el presidente López Obrador.
Meses antes, el canciller había mostrado un cierto nerviosismo y hasta malestar –que llegó a ciertos niveles de intensidad en algunas declaraciones– toda vez que fue solamente el silencio lo que obtuvo por respuesta de parte del partido presidido por Mario Delgado ante una carta en la que envío una primera propuesta de condiciones mínimas, efectivamente, para el desarrollo de las precampañas internas del partido ante la evidente asimetría en cuanto recursos y potencia expositiva de las plataformas desde la que los principales contendientes, Claudia Sheinbaum y él, estaban y están contendiendo (no es lo mismo una Secretaría de Estado al Gobierno de una de las ciudades más grandes del planeta).
Sus reclamos fueron antecedidos por declaraciones complementarias de algunos miembros de su equipo, como fue el caso de la senadora por Guanajuato Malú Micher, que exigía igualmente “piso parejo” en la contienda.
Para todos los casos, el presidente del partido Mario Delgado optó por guardar la prudencia y el silencio, y mantener el equilibro político al interior del movimiento en función de la jerarquía de prioridades a la cabeza de la cual figuraban, hasta el pasado domingo 4 de junio, precisamente, la elección a gobernador en Coahuila y Estado de México.
Una vez pasada la elección vendría entonces, ahora sí, el tan esperado pistoletazo de salida en el contexto preambular del cual el presidente López Obrador quiso hacer un último repliegue táctico, convocando a gobernadores y precandidatos, excepción hecha del diputado Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco, que aunque no militen en Morena son parte fundamental de la coalición, a una cena fuera de horario laboral (para así no estar obligado a ventilar lo acontecido en la mañanera del día siguiente) para delimitar y establecer, suponemos, los criterios y condiciones de lo que un día después ha sido detonado ya abiertamente por el canciller con su anuncio de renuncia a Relaciones Exteriores.
Las especulaciones habituales señalaban al posible escenario de una ruptura de Ebrard con el movimiento y el presidente López Obrador, pensando tal vez en una eventual candidatura por un Movimiento Ciudadano que ya ha anunciado que irá por libre en el 2024, pero hasta ahora lo que se ve es que, en el fondo, muy en su estilo de gran astucia, lealtad y honorabilidad, el todavía canciller seguirá la recomendación del presidente de no descarrilar el proceso, mantener la unidad y buscar la candidatura según lo que el estatuto y el Consejo Nacional del partido determinen, en cuya sesión el próximo domingo está contemplada desde luego la presencia de Marcelo Ebrard.
En el fondo ha sido un movimiento táctico muy eficaz el del canciller, pues ha puesto a todo el mundo a hablar de su salida anunciada, y ha catalizado el proceso de lo que, en definitiva, y dada la nulidad gris y desoladora en la que se encuentra la oposición, habrá de definir quién será el próximo presidente de México.