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Sobre los papelitos del PRIAN

papeles del PRIAN

Ismael Carvallo Robledo

En días pasados, el presidente nacional del Partido Acción Nacional, Marko Cortés, le regaló a la opinión pública un ejemplo en el que se mezclan por partes iguales la ingenuidad, la imprudencia, la estupidez, la impericia y hasta la comicidad en el sentido de Carlos Marx, cuando dijo algo así como que la fase de decadencia de una formación política se anuncia primero como comedia.

Y es que risa, además de repugnancia, es en realidad lo que produce esa coalición esperpéntica del PRIANRD, que ha venido a ser una suerte de despeje de las variables putrefactas de una ecuación de transformación política en la que la basura sale a flote para que la corriente de renovación termine por arrastrarla hasta su eventual extinción.

Resulta ser que Cortés hizo público lo que ya conocemos todos como los “papelitos del PRIAN”, con el listado de acuerdos a través de los que se repartían a discreción cargos y posiciones en prácticamente toda la estructura administrativa del estado de Coahuila (“Acuerdo político electoral Coahuila 2023-2024”, es el nombre del documento), y en donde lo mismo daba que se tratara de posiciones de elección popular, administrativas, de órganos “autónomos”, de desconcentrados o descentralizados, así como la concesión de notarías.

No podemos pecar tampoco nosotros de ingenuidad (o por lo menos yo no me lo pienso permitir), y pensar que en estas lides de la política real (realpolitik) –sobre todo en el momento electoral, que es algo así como la verdad de toda política–, no existen procesos y mecanismos de negociación y reparto proporcional de candidaturas y posiciones de poder y decisión (si ya en las conferencias de Teherán en 1943, y de Yalta y Potsdam en 1945 tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética se repartieron ni más ni menos que bloques enteros del mundo, ¿cómo no iban a hacerlo también los imprudentes, detestables, mafiosos y pusilánimes pigmeos políticos en derrota de Cortés, Moreno y/o Zambrano para pelearse como roedores miserables por lo poco que les está quedando y les quedará como resultado de la revolución democrática que está siendo en los hechos la 4T?): es obvio que los hay, así como también hay negociaciones, acuerdos y repartos en un proceso de divorcio o de asociación empresarial o de firma de tratado internacional.

¿Qué es entonces lo que repugna y evidencia al mismo tiempo la imprudencia de Marko Cortés al hacer público el acuerdo? En primer lugar la estupidez implícita en el hecho mismo de publicarlo, que a su vez demuestra la incomprensión del hecho de que, entre otras muchas cosas, el repudio ciudadano que de manera generalizada existe contra la política y los políticos se debe a la práctica común en función de la cual el “político profesional” –como Cortés, Moreno o Beltrones, encarnación de la tipología– se dedica a negociar y acordar, en efecto, pero solamente para su beneficio y el de los de su camarilla, incurriendo en el criterio canonizado por Aristóteles para constatar el momento de la corrupción de un grupo gobernante, que es aquel en el que se comienza a gobernar y a ejercer el poder en función del bien propio y no del bien común.

Morena y la coalición que aglutina, en cambio, ha abierto ese mecanismo inevitable, digámoslo así pensando en los términos de la ley de hierro de la oligarquía (Roberto Michels, Dalmacio Negro), de toda organización política (me refiero al mecanismo de configuración de acuerdos y compromisos de poder y decisión a los que se arriba desde las instancias de dirigencia de todo partido político de cualquier parte del mundo y en todo tiempo y lugar), haciendo partícipe a la sociedad en el sorteo, por ejemplo, de las candidaturas de representación proporcional o haciendo públicos los procesos de selección por vía de encuestas de la totalidad de los cargos de elección popular.

Repugna también, por otro lado, la inexistencia absoluta de por lo menos una línea, por indicativa o genérica que sea, que señale o evidencie la presencia de algún punto de convergencia programática o ideológica, de principios, que por lo menos disimule lo que a todas luces es un contubernio vergonzante de los representantes de una clase de políticos profesionales (“los del PRI no somos perfectos, pero damos resultados”, dice más o menos uno de los spots de los mafiosos del Revolucionario Institucional en los que ya nadie cree y que todo mundo detesta) a los que “les gusta mucho la política” y que sólo ven como un medio para seguir medrando de la riqueza pública y como modelo de negocio.

Entre la estulticia de una candidata que ha dejado para la historia la denigración de sí misma y del Senado de la República vistiéndose de botarga para denigrar a uno de los partidos con los que terminó aliándose para ser una de las candidatas más catastróficas y perdedoras de la historia reciente, y la estupidez de un líder nacional, el de Acción Nacional, que da muestras de ingenuidad, imprudencia y falta de oficio político y de sentido común, la oposición no hace más que refrendar para nosotros el hecho de que son la expresión consumada de la derrota política, moral e intelectual del México del siglo XXI.

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