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La revolución de las conciencias: luchar contra el clasismo, el racismo y la discriminación

Imagen la Revolución de las Conciencias

Félix Martínez 

Estamos viviendo una lucha entre dos bloques ideológicos claramente diferenciados. Por un lado, el del proyecto de transformación de la república, que tiene como objetivo eliminar, en el corto, mediano y largo plazo, la ofensiva desigualdad económica y social y sentar las bases para construir una sociedad realmente democrática, incluyente y justa, cuya base de apoyo es la mayoría de la población; y, por otro lado, tenemos una pequeña élite de grandes intereses económicos y muchos recursos propagandísticos centrada en difundir una narrativa sobre la instauración de un régimen populista, dictatorial y antidemocrático, cuya base de apoyo es una clase media que rechaza la reconfiguración de una  sociedad donde la mayoría de la población tenga más influencia económica, cultural y política. En esta lucha histórica que estamos viviendo, adquieren un centro de combate la denuncia y eliminación del racismo, el clasismo y la discriminación, como prácticas “normales” y “legitimas” forjadas a lo largo de toda nuestra historia. Se trata, nada más y nada menos, de una batalla que toca temas largamente ignorados y cuyos efectos marcan las relaciones y los tratos interpersonales, así como la manera en que las distintas clases sociales se autodefinen y se autoconceptualizan dentro de la nación.        

El presidente de la República insiste, con toda razón, en que actualmente ocurre un profundo cambio en nuestra sociedad a través de la revolución de las conciencias. Desde luego, no todos sus integrantes están de acuerdo, incluso a sus detractores les parece una frase que no entienden ni les interesa analizar y buscan hacerla invisible a partir de la indiferencia y en muchos momentos de la burla escondida. Es sumamente importante resaltar que nunca, en por lo menos cinco décadas, mis años de vida, un titular del ejecutivo, ni un partido político, se habían pronunciado abierta y reiteradamente contra las ideas y prácticas del racismo, el clasismo y la discriminación, derribando los marcos tradicionales de debate de estos temas, los cuales se encuentran sujetos obligadamente a la academia. La insistencia del presidente ha abierto una “caja de pandora”, ya que la discusión ha saltado, gradualmente, a los medios impresos y los digitales (sólo basta leer los editoriales y artículos de periódicos y programas de opinión para constatar) y comienza a dar una lectura de la confrontación política en el espacio social e ideológico que no se debe desperdiciar. 

La lucha contra el racismo, el clasismo y la discriminación se debe convertir en uno de los pilares ideológicos y programáticos de la Cuarta Transformación; no hay que olvidar que estos tres conceptos son una de las bases del sistema de control y dominación que las elites dominantes han construido y detentan históricamente y es uno de sus fundamentos para evitar cualquier cambio político, económico y social, al tratarse de una condición “cultural” que el tiempo y la inercia de las “costumbres” han forjado, como ya dijimos, como “normal”.

Nos encontramos en un momento en el que los grupos de interés exigen “que no cambie nada” o que “no se toque nada”, quienes de forma exacerbada invierten enormes recursos financieros y humanos en los medios de difusión bajo su control y cuentan con el apoyo de grupos sociales minoritarios, quienes inevitablemente son en su mayoría racistas y discriminatorios, con el fin de exigir el regreso de una élite política y económica que se benefició con la desigualdad, la concentración de la riqueza y con la apropiación de los bienes públicos; estos grupos, que con gran precisión AMLO los ha aglomerado con la palabra “conservadores”, están decididos a usar todos su medios para imponerse y están obsesionados con evitar más cambios políticos, económicos, sociales y culturales, porque saben que hay no sólo una transformación del gobierno y el régimen, sino una cultural y de mentalidad (o de conciencias).  

Para abordar el tema de la revolución de las conciencias y su lucha contra el racismo, el clasismo y la discriminación, aunque no se trata de desarrollar una teoría coherente y ordenada, es preciso exponer definiciones básicas de los conceptos centrales, sin olvidar que cada uno se encuentra inmerso en amplios y confrontados debates académicos. Para la Real Academia de la Lengua el racismo es la exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que discrimina o persigue a otro u otros con los que convive; el clasismo es la actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de clase; finalmente discriminar es dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, de edad, de condición física o mental, etc. Por su parte, una revolución es el cambio profundo de un sistema, sea científico, político o económico que cuestiona y responde a un estado de “cosas” que no pueden permanecer dada su incapacidad constitutiva y/o por el surgimiento de nuevas explicaciones de lo que acontece tradicionalmente; usando nuevamente a la RAE, la conciencia es el conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios.  

A partir de este breve esfuerzo de definición, actualmente podemos sintetizar que en nuestro contexto político y social al hablar de racismo, clasismos y discriminación nos referimos a la exacerbación (intensificación y exageración) y sobrevalorización (otorgar mayor valor al que realmente tiene) de los componentes raciales, especialmente del color de la piel, de la posición y diferencias económicas, así como del trato excluyente, despectivo, indigno y de sometimiento que un grupo o sector de la población asume frente a otro grupo social, como un derecho o practica exclusiva. Es por lo que frente a estas “condiciones concretas históricas” es necesario un cambio o redefinición radical de la moral (pública), es decir de lo que se considera bueno y malo o justo e injusto.  

Y es aquí donde la Cuarta Transformación impulsa y propone invertir las prácticas sociales y culturales de subordinación y apego formadas y acrecentadas en un sistema tradicional elitista de conducción del país, pero, y esto es muy importante, aunque es un cambio radical, es decir una revolución, se debe dar través de la vía pacífica y con la participación social y política de la gran población del país. Esa vía pacífica, es parte medular de la revolución de los individuos. 

Podemos decir que la transformación radical de la moral, que implica a las prácticas sociales y de la mentalidad individual, es un cambio cultural. De acuerdo con algunas perspectivas antropológicas, hablamos de un cambio cultural en el momento en cual se redefinen los valores, principios, prácticas y relaciones, que adquieren forma en las costumbres y hábitos cotidianos y en los juicios que emitimos constantemente sobre lo que consideramos bueno o malo, justo o injusto. 

Así, aunque parezca reduccionista, asumimos que lo cultural en nuestro contexto es producto de la relación entre las condiciones sociales y políticas y la mentalidad individual, cuya expresión o manifestación se da en las relaciones interpersonales (familia, amigos, vecinos, entidades productivas, etc.); la cultura deriva del contexto específico e impacta la conducta, por lo que se trata de una correlación dinámica que se influencia mutuamente. En este sentido, la convocatoria a la revolución de las conciencias se debe a la transformación política que se vive actualmente y exige que la conducta individual revalorice sus propias relaciones. Si no hubiera cambiado el contexto político y social no hubiera tenido viabilidad está convocatoria al cambio y la nueva valorización de las relaciones. Así, la revolución de las conciencias implica un cambio cultural dinámico.  Actualmente la sociedad mayoritaria del país rechaza las prácticas racistas, clasistas y discriminatorias, pero, y esto es fundamental, un sector minoritario de la sociedad y sus elites, lo defienden de forma encubierta a través de sus discursos y manifestaciones de que no “se toque nada”.  

De acuerdo con el psicólogo social y cultural Jonathan Haidt en su libro La mente de los justos, en toda sociedad humana existe, con diversos grados, un uso vertical del espacio social, lo que implica una jerarquización con diferentes grados y niveles de las relaciones personales. Ese uso tiene en la parte más alta, en la cima, a la divinidad y en el nivel más bajo, digamos subterráneo, a lo oscuro o diabólico; entorno a ese uso vertical las sociedades capitalistas han constituido en lo más alto a lo blanco y rico y en los más bajo a los “negros” excluidos y marginados. Entre lo más alto y lo más bajo permean las relaciones interpersonales y el uso de las jerarquías, de tal forma que las prácticas sociales asumen un lugar en este sistema social. Es por lo que esas prácticas son intensas y permanentes, y en muchos casos, son incuestionables, ya que la figura de superioridad define las interacciones entre ricos y pobres, blancos y morenos, jefes y subordinados, mujeres y hombres, educados y analfabetas, poderosos y débiles. 

Nuestras elites y sus seguidores, clases medias, usan y defienden de forma exacerbada el racismo, el clasismo y la discriminación a través del uso vertical del espacio social. Racialmente rechazan, sancionan y juzgan de forma permanente a las personas morenas; en términos económicos, desprecian y, en sus formas más benévolas, sienten compasión por los pobres; y en sus prácticas discriminatorias excluyen a los grupos minoritarios y marginados. Insisten en establecer los “mundos” separados para no “contagiarse” de lo que rechazan. Cualquier revisión de sus opiniones está centrada en estas posiciones de superioridad exacerbada.  Así, los calificativos en plural que pronuncian contra los grupos mayoritarios de forma cotidiana son: “indios”, “pobre porque quieres”, “viciosos”, “zombies”, “sucios”, “desarrapados”, “ejidatarios”, “manipulados”, “acarreados”, “ignorantes”, “analfabetas”. 

Está jerarquización y prácticas se han trasladado recientemente  a la lucha política y partidista, ya que se han conformado nuevamente los grupos altos y bajos, en los cuales los “altos” defienden la “libertad y la democracia”, “que tanto trabajo nos ha logrado construir”, y los otros, los “bajos”, defienden la “construcción de un gobierno autoritario y despótico” (es claro que en esta confrontación, la mayoría de la población expresa su fuerza a  través del apoyo político al presidente a través de los procesos electorales y en las encuestas periódicas que lo sitúan en un nivel de aprobación de entre el 60 y 70%). Pero es indispensable detenernos para analizar el discurso de los “altos” y “blancos” sobre el respaldo ignorante de la mayoría a “un proyecto dictatorial”. 

En la confrontación que vivimos juegan un papel relevante los “intelectuales” abiertos o encubiertos del sistema elitista, que auto convencidos declaran que los “ciudadanos” son los que defienden la pluralidad y el sistema político democrático, mientras esa masa popular sin educación defiende, por dádivas y clientelismos, al populista. 

Este combate presenta extremos discursivos por parte de uno de los polos, los conservadores, que ilustran lo verdaderamente “imaginario” de sus posturas, por ejemplo, en la marcha en defensa del INE, denunciaron una manipulación de la política ambiental porque les iba a impedir llegar a su concentración, ya que todos llegan en automóvil. Este discurso defensor del sistema elitista ha construido su propio “ciudadano imaginado”, el que es blanco, además de que visten de blanco o rosa, y ejercen su derecho a la “participación libre” y defiende la “democracia y la libertad”. Las bases discursivas conservadoras tienen como soporte lo que el mismo antropólogo denomina personas WEIRD, acrónimo en inglés que se refiere a Wester, Educated, Industrialized Rich y Democratic, es decir personas que se asumen de culturas occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas.  Su convicción es la rectitud, el orden, lo sano, lo limpio y lo libre. Fuera de ellos está todo el resto de la sociedad mexicana. 

Estos promotores y defensores del sistema elitista son la clase media que incluye a los periodistas, articulistas, los intelectuales-empresarios, los jefes intermedios de industrias y empresas y la clase “liberal cosmopolita” (tecnócratas, defensores de derechos humanos, conferencistas, artistas, etc.) que usan el discurso racistas, clasista y discriminatorio, porque asumen que conocen y defienden los  intereses de la “clase alta” (un articulista escribió “es malo tener dinero”), cuyos verdaderos representantes, a excepción de dos o tres, “ni siquiera asoman la cabeza”. 

Es importante mencionar que esta clase media “liberal cosmopolita” (un ejemplo es Denise Dresser) es la que promulga que siempre ha luchado contra todos los regímenes autoritarios, que luchó contra el PRI y que ahora lo hace contra el proyecto populista, pero no acepta que pueda existir un proceso democratizador emancipatorio de las clases bajas, es la misma que no habla ni se confronta con la desigualdad y que subrepticiamente no quiere que se elimine, ya que su marco de valores e ideas están asociadas a su “estilo de vida”, a la prensa, los circuitos académicos  y los círculos de opinión del mundo internacional. 

Además de este grupo de “opinadores e intelectuales”, hay otra parte de la clase media que se suma al polo conservador. El presidente los definió con toda precisión como “aspiracionistas”, ya que suelen reproducir la visión jerárquica y asumirse en la cima en los espacios político y social; socialmente asumen que el “dinero blanquea” y la pobreza “aprieta”, y que con cierto estatus económico tienen derecho a recibir los tratos y beneficios de las elites. En el ámbito político a estas clases medias se suman los cuadros dirigentes de los partidos, especialmente de derecha, quienes asumen que su deber es defender los intereses y aspiraciones de las elites y “al sistema pluralista y democrático”-basta mencionar el rol que tiene el magnate Claudio X González en la llamada coalición opositora-, ya que su presencia y permanencia depende en gran medida de esa defensa (un hecho folclórico, pero relevante por el racismo y la discriminación, y por lo que expresa políticamente, es el que ocurrió cuando el padre de un alcalde panista amenazó con un cuchillo a unos inspectores gubernamentales).

Son estás clases medias, las influyentes mediáticamente y las “aspiracionistas” socialmente, las que actualmente juegan un papel relevante en la de defensa de las elites y del retorno al antiguo régimen de privilegios y contubernios políticos, pero son también las que, en algunos casos, se sienten orgullosas de ejercer prácticas racistas, clasistas y discriminatorias.  

Actualmente se ha hecho más visible la confrontación política por la transformación del país y la sociedad, y es justo bajo este contexto que cobra mayor relevancia la invitación a profundizar la revolución de las conciencias. En esta revolución juega un papel destacado la denuncia, exhibición y lucha de las relaciones sociales basadas en el racismo, el clasismo y la discriminación, ya que se opone al proyecto conservador y elitista. Invertir el uso vertical de las relaciones sociales es un componente de la Cuarta Transformación, ya que implica modificar el sistema de dominación social, y simbólica, y ampliar la participación política de la población mayoritaria del país. Es aquí donde lo dicho por el presidente tiene su verdadera dimensión: el cambio no tiene retorno porque la gente ya cambió y tomó conciencia de la centralidad que tiene su participación política. Además, la reivindicación de los pueblos indígenas, a través de la restauración de sus tierras a los pueblos del norte, así como el otorgamiento del seguro social a las trabajadoras sociales, por ejemplo, indica que, a esta lucha en lo cultural y moral, tiene también su expresión en las decisiones del gobierno. Es esta opción por lo más pobres, marginados y excluidos económica, política y socialmente, por los sujetos del racismo, el clasismo y la discriminación, sin excluir a esa otra parte de la clase media que forma parte de la Cuarta Transformación –pequeños empresarios, profesores y estudiantes universitarios, jubilados y pensionados, entre otros-, la que ha dado un vuelco al estado actual de nuestra república.  Desde luego esta lucha no es ni será por la vía de la violencia, es por el contrario por la vía del cambio de lo moral, del cambio de lo que es justo o injusto, bueno y malo social y políticamente, de lo aceptable y lo inaceptable. Adicionalmente es necesario destacar que esta transformación va acompañada siempre por el tono festivo y alegre que tienen las manifestaciones individuales, comunitarias o grupales de los simpatizantes y militantes a favor de la Cuarta Transformación, ya que también sabemos que es en la felicidad y la fiesta donde, como decía el crítico, historiador y filósofo Rene Girard, se disuelven e invierten las jerarquías y desaparecen las relaciones desiguales.

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