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La divina democracia y el culto del sacrificio de los pueblos

democracia

Romina Rocha

Cuando nos referimos al término “democracia” en la actualidad, se nos viene a la cabeza la idea que en la academia y en los medios masivos de difusión nos sintetizaron más o menos de la siguiente manera: es el gobierno del pueblo, porque el término griego “demos” significa “pueblo” y “cracia”, que viene del griego kratia, significa “cualidad (-ia) de poder (kratos)”, o como lo resume la RAE, ‘gobierno’, ‘dominio’ o ‘poder’. Entonces cualquier individuo, al ser preguntado por el significado de esta palabra, piensa en un sistema en donde nosotros, el pueblo, tenemos el poder de gobernarnos.

Sin embargo, al profundizar un poco más en el asunto, nos encontramos con que, como se dice, “del dicho al hecho hay un largo trecho”. Y aunque para la mayoría, al menos en gran parte del mundo, no caben dudas de que la democracia es el mejor sistema político que podemos tener en este tiempo, lo cierto es que no resulta sencillo definir como “democrático” lo que está sucediendo en cada país regido por ella. O, mejor dicho, por la idea de ella.

Esta idea regente, otrora sistema de organización política, se ha convertido en la diosa madre a la que se debe adorar sin cuestionamientos ni reflexión alguna, porque enseguida se utilizan los fantasmas que vienen a amenazar con “destruir la democracia” (la derecha es el más popular de todos), aunque no quede nunca del todo claro de qué se trata.

Y esto sucede porque la idea original que se supone que debemos salvaguardar de los peligros que cualquier otro sistema por fuera de ella nos inferiría, no tiene correlato en la cotidianidad de más del 70% de la población mundial, que vive por fuera de un marco en donde sus decisiones y necesidades sean las que los gobiernan. Un ejemplo contundente y brutal que podemos dar al respecto es el de la República Democrática del Congo donde, vaya ironía, la esclavitud y la ruptura del tejido social son la regla y no la excepción. 

En este país, que lleva en su nombre dos conceptos de poder (“República”, del latín respublica, que significa ‘cosa oficial’, ‘cosa pública’, ‘lo público’; y ésta, a su vez, de res, que significa ‘cosa’, y pūblica, ‘pública’, que proviene de populus, ‘pueblo’; y “Democrática”, que alude al término antes explicado), podemos ver a mujeres, niños y bebés trabajando en las minas de cobalto durante un promedio de 15 hs diarias, expuestos a sustancias altamente tóxicas y prácticamente sin herramientas ni elementos de seguridad que les hagan menos terrible la tarea de extraer este metal del suelo. El mismo es utilizado para la elaboración de distintos elementos clave de la industria tecnológica y, por este motivo, la demanda global en torno a esta materia prima es altísima. Ofrecer en sacrificio a una parte de la humanidad parece ser parte del trato.

Esto se evidencia en que, apoyados en los lindos discursos sobre la necesaria transición energética, los líderes mundiales miran para otro lado ante las condiciones infrahumanas en las que se desarrolla la explotación de dicho material. Suelos y cursos de agua mega contaminados, gases tóxicos, accidentes, enfermedades, modificación genética (mujeres embarazadas y recién nacidos también son parte de la “fuerza de trabajo”) y muerte son algunas de las consecuencias del esquema extractivista actual. Pero como genera mucho dinero, allí no hay “ismo” que reclame por justicia ni medios que difundan indignación alguna. 

Con este ejemplo acotadísimo pero, esperamos, bien gráfico, podemos justificar la afirmación inicial: es difícil mostrar dónde habita o se manifiesta la democracia en las condiciones generales de existencia que nos atraviesan a los pueblos del mundo. Y no es que eso signifique que todo está perdido y que no haya nada bueno en ninguna parte, en absoluto; hemos logrado algunos avances fundamentales mediante este sistema político y ello habilita la discusión en torno a lo que no hemos resuelto hasta ahora. Pero para poder discutir apuntando a construir respuestas superadoras de los conflictos que padecemos, es necesario detenernos a pensar en las posibilidades y limitaciones que tenemos por estar sujetos a este esquema de administración del poder.

¿Cuál es la herramienta más reconocida –y venerada- del sistema democrático? El voto popular. A través de ella, los pueblos podemos elegir a nuestros gobernantes y delimitar su poder de acción para guiarlos hacia la mejora de las condiciones objetivas de las mayorías. O al menos de eso nos convencen(mos). Entonces llegan los tiempos electorales y nos encontramos con dos escenarios generales: por un lado, la disputa y discusión pública sobre los proyectos que manifiesten esas mejoras y, por el otro, el tironeo mediático mediante el cual la casta política se ocupa de llevar la polarización de la sociedad a extremos que rozan con la psicopatía desenfrenada. 

En el primer esquema, la posibilidad de que la elección sea real aumenta ya que es propicio para la elaboración de soluciones, en tanto se establecen prioridades y mecanismos factibles para su realización. En el segundo, en cambio, el resultado inevitable es que se empuje al conjunto a elegir guiado por sentimientos de afinidad o rechazo hacia los representantes o aspirantes a serlo generan individualmente. Esto último, muy popular en las últimas décadas, es más bien politiquería, ya que el propósito no es la búsqueda de soluciones para los problemas de las mayorías, sino tan sólo la propia salvación, encubierta de lugares comunes que llamen a la identificación particular con el sujeto. 

Lamentablemente, lo que más ha proliferado en el último siglo no es lo primero, sino esta suerte de idolatría basada en la palabra democracia, mas no en su práctica. Porque, ¿cómo sería posible que sea el pueblo quien gobierna si el pueblo, en lugar de ser custodio de las acciones de sus dirigentes, termina siendo una suerte de guardaespaldas particular de su vida individual? Elegir a nuestros representantes debería tener como fin otorgar el poder de administrar nuestras vidas a los más idóneos para tamaña tarea; sin embargo, ante el corrimiento de la discusión pública sobre temas básicos del bienestar general hacia las ideas particulares de sujetos o minorías que se fundamentan en el bienestar particular, terminamos otorgándole el poder a quienes tienen mayor visibilidad mediática y aparato comunicacional, lo cual no quiere decir que son los que encarnan los mejores proyectos para la comunidad.

Pero esto no ocurre de forma natural, ya que no podemos creer que la humanidad, que lleva milenios empujando sus condiciones objetivas en pos de avanzar, evolucionar y desarrollarse, busque su propia destrucción. Esto sólo se explica comprendiendo que el poder es necesariamente jerárquico y, entonces, quien lo detente será quien determine lo que ocurra con las mayorías. Pero si aquellos que lo hacen cuentan con la “libertad” de decidir, otorgada por un pueblo que confía ciegamente en su accionar, sin tener como base fundamental un proyecto que encarne las luchas y demandas de aquellos a quienes dice representar, lo cierto es que terminamos más bien en una suerte de “dictadura” (en el sentido en que los medios utilizan el término para denostar cualquier sistema de gobierno que no sea una “democracia”) que en un gobierno de los pueblos.

Es en esta gran dicotomía global, donde si no hay “democracia” lo que hay es “dictadura”, en la que nos encontramos actualmente. Pero no es una novedad, sino apenas una reversión de la “madre que las parió a todas”, que el escritor y pensador argentino Arturo Jauretche disecciona en su Manual de Zonceras Argentinas: la Civilización y Barbarie. Allí Jauretche, referenciando a otro de sus libros “Los profetas del odio y la yapa”, dice sobre ella en relación a la Argentina como país:

La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quién abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa y no según América. (..) La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o, mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar —si Nación y realidad son inseparables—.” 

De la misma manera se puede pensar en la democracia como un ideal u horizonte a alcanzar, pero cuyas características y limitaciones son determinadas por “otros” que son “mejores” que nosotros, los bárbaros tercermundistas atrasados; mientras que la dictadura sirve para definir cualquier sistema que quede por fuera del alcance del primero que, a su vez, está supervisado por organismos supranacionales en todo el mundo. Ninguno de nosotros vota a la ONU, ni a la OEA, ni a la OMS, ni al FMI, ni al BM o al BID y, sin embargo, aquellos a quienes nosotros sí votamos están subordinados a estos poderes globales. 

Habiendo delineado el marco general en que la política y lo político se manifiestan, podríamos creer que es posible dar un paso al frente a pesar de lo complejo del panorama. La tecnología nos dio acceso directo a una nueva biblioteca de Alejandría, sólo que infinita y al alcance de cualquier celular. Usar adecuadamente las herramientas que el sistema nos otorga es la única manera de transformar cualquier situación en favor de lo que nos impulse a querer salir en primer lugar. Si nos enfocamos en hacer las cosas bien, ciertamente tendremos más chances de que las cosas mejoren; si en cambio nos distraemos o buscamos revancha o venganza, las probabilidades de manifestar avances tenderán a disminuir infinitamente, hasta que volvamos a entrar en crisis y no tengamos más opción que buscar una solución real a este tiempo. 

Porque teniendo tanta tecnología y conocimiento para vivir bien los apenas 8 mil millones de seres humanos, que nos parezca “democrático” un 70% de niños en el mundo que no comen bien o directamente no comen y se mueren de hambre, debe ser síntoma de algo muy grave y para nada justo. Pero cada uno tiene en sus manos hacer su parte. Lo que urge es adquirir conocimiento, porque saber es poder y los que saben, pueden. 

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