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La democracia como búsqueda del “nosotros”

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José Omar Sánchez Molina

La lectura de Cornelius Castoriadis a cuarenta años de la emisión de sus ideas es significativa por varias razones, pero una de ellas, quizá la más colosal, es la búsqueda del significado de la democracia.

Castioriadis recupera el origen de la democracia en Grecia, específicamente en Atenas y, en ese afán, insiste en que el vínculo de la democracia ateniense con la democracia en el mundo moderno se ha desvirtuado porque se maneja convenientemente con postulados que perpetúan la idea formal, excluyente y parcial de democracia del régimen actual.

Castoriadis sostiene que la aportación original de la democracia ateniense pasa en primer lugar por reconocer que, en lugar de las fórmulas teocráticas, trascendentales  y naturalistas de creación de la comunidad, los atenienses dieron un enorme paso cuando afirmaron que la definición del rumbo de la comunidad depende de la búsqueda y del encuentro -sin representantes electorales- de un “nosotros”, un pueblo como sujeto auto instituyente y autoconstituyente; por lo tanto, nos señala el autor, los atenienses avanzaron para dejar atrás una heteroinstitución y en su lugar anteponer una autoinstitución, la autonomía, el nomos, la ley, que define quién es el sujeto político por la pertenencia e identidad a una comunidad y no por lo que diga dios, el monarca o el club de oligarcas.

Fue la época moderna la que, con excepción de la problemática voluntad general de Rousseau, invirtió los valores y nos legó una democracia que puso en el centro de la agenda a las libertades, a la propiedad y en última instancia a los derechos humanos, excluyendo desde el siglo XVIII la vital búsqueda de un “nosotros”. Esa democracia formal, abandona la aportación de la comunidad ateniense, que, en su época dorada, permitió a todos los ciudadanos participar directamente en la toma de decisiones fundamentales, porque cuando la comunidad define el nosotros, dice Castoriadis, por necesidad se responden las preguntas sobre la libertad, la igualdad y los derechos.

Como resultado de esa perniciosa evolución, la democracia actual está muy cómoda con su postulación y defensa formal de la humanidad, de los derechos y libertades, alejada de la asunción primordial del “nosotros”, del pueblo como sujeto instituyente.

Por esta causa, la pregunta instituyente sobre quiénes somos, se encuentra escindida entre dos respuestas.

Una perspectiva conservadora que responde con el valor económico de la libertad y con el ciclo electoral de representación, donde la idea de democracia original se rechaza y no puede llevarse a cabo por la imposibilidad material de que todos aprueben directamente al estilo de la democracia ateniense, todas las cláusulas de la comunidad (la democracia directa actual es una simulación de la imperante democracia representativa). En esta perspectiva, ciertas cláusulas están vedadas a la participación directa: la discusión sobre el voto popular para elegir a los jueces y, en el extremo, la competencia esencial del pueblo para votar todos los cargos públicos, están fuera de lugar y reserva para los comicios se reservan sólo aquellos asuntos que no representen riesgos a los valores formales ya señalados.

Por otro lado, hay intentos aun inconclusos para recuperar el sentido originario de la democracia donde, como sucedía en Grecia, todos puedan participar con independencia de su origen y valor profesional, moral y económico y donde efectivamente sí tenga concurrencia un derecho originario a decidir cualquier asunto, elección o materia con independencia de su denominación, su tecnicidad o su valor social o instrumental. En ese espacio de democracia, sí existe un derecho a cambiar las fórmulas pétreas aparentemente inamovibles, como aquella que sostiene que la función judicial tiene que ser competencia exclusiva de un club de expertos en derecho.

En esa tensión y en la recuperación de la democracia original, cabe recordar que hay bastantes peligros. Uno de ellos se representa por el carácter de la ley común. La ley -que en la antigüedad ateniense era válida porque era aprobada por la comunidad y no por una comunidad excluyente de expertos que se dicen poseedores del logos, en su doble faceta oligárquica como palabra (Protágoras) y como racionalidad (Platón)- puede ir en contra de sus propios creadores. Si la comunidad tiene que aprobar directamente todo lo que le incumbe, quedaría pendiente, como bien señala Castoriadis, ver si hay o no límites a su contenido,  respuesta que depende de una segunda definición, esto es, identificar cuáles son las cláusulas que la propia democracia tiene vedadas, paradójicas porque la propia democracia puede ser víctima de sí misma, ser su propia tragedia, como le sucedió al proceso histórico de la propia Atenas que devoró a sus líderes y héroes y con ello el primer intento serio de democracia en la humanidad.

Como institución popular, la democracia tiene que regresar a su origen y dejar de ser cercenada de la manera en que lo ha hecho la modernidad.

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