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Del gerente refresquero al presidente guapo

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Eder Guevara

El proceso de descomposición de la vida pública que sucedió durante las últimas cuatro décadas era necesario para los neoliberales, solo así pudieron justificar decisiones que en lo concreto perjudicaban a la ciudadanía, para naturalizar las prácticas corruptas inherentes al proceso de privatización, por ejemplo, debieron permear simultáneamente tres ideas: que en este país la corrupción es cultural y que la riqueza permeaba por goteo y era la forma más práctica y realista de generar desarrollo nacional, y que el Estado no debía tener empresas para satisfacer bienes, servicios, necesidades y derechos de la población, pues tener empresas paraestatales implica monopolizar la economía.

Así es como los ideólogos de la oligarquía fueron construyendo narrativas para naturalizar cada proceso que implicaba un avance para su proyecto de país, narrativas que consensuaban desde los distintos aparatos ideológicos, lo mismo en la televisión como en una academia controlada por burbujas burocráticas que estaban más interesadas en controlar los presupuestos que en entrarle al debate en torno cuales deberían ser las prioridades del modelo educativo nacional.

Otro gran ejemplo de narrativas que fortalecen las ansias aspiracionistas de cierto sector de la sociedad, es la forma en la que se popularizó la idea de que cualquier persona interesada en hacer política debía apostarle al juego de la imagen, consolidando toda una industria de comunicación política que se movía en torno a dos ideas tan clasistas y racistas como irrelevante a la hora de ejercer la función pública: “para ser hay que parecer” y “como te ven te tratan”.

Solo popularizando esta concepción es que podemos entender que, con absoluta legitimidad democrática, un perfil como el de Vicente Fox, en cuyo CV está haber sido gerente de Coca-Cola México,  haya ganado la presidencia en el año 2000 sin haber tenido ningún mérito previo que nos permitiera pensar que mostraría un desempeño digno en el ejercicio de la función pública. Ni hablar del “presidente guapo”, Enrique Peña Nieto, que llegó a los Pinos con una estrategia de compra de votos masiva y prolongada que solo pudieron encubrir con una poderosa mascarada mediática.

Por eso, el presidente López Obrador no se equivoca cuando señala la forma en que ha madurado el nivel de politización de la ciudadanía mexicana, hoy al pueblo poco o nada le dicen los candidatos de plástico, que entrenan para hablar todos iguales, con el cabello engominado y perfecta dicción, la ciudadanía mexicana ha aprendido la lección y en los procesos electorales cada vez confía más en el proyecto y trayectoria de quienes aspiran más que en la estridencia y el oropel. Gracias a esta nueva tendencia popular, es que perfiles como el de la maestra Delfina, que no se caracterizan por tener el clásico carisma del aspirante blanquizado, están ocupando los espacios más importantes en la toma de decisiones. Lo mismo sucede con las tres corcholatas que realmente tienen condiciones para convertirse en candidata o candidato presidencial que han llegado hasta ahí gracias a su capacidad en cada una de las tareas que se les ha conferido, son personas muy capaces y preparadas.

La vida pública mexicana ha cambiado para bien.

 

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