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Macron y la imposibilidad de cambiar a Francia

FOTO DE ARCHIVO: El presidente francés, Emmanuel Macron, habla mientras visita la Universidad Sun Yat-sen en Guangzhou, China. 7 de abril, 2023. REUTERS/Gonzalo Fuentes

T|CDMX|10052023. Con un perfil ciertamente interesante –es el presidente más joven que ha tenido Francia después de Napoleón; estudió filosofía al lado de Paul Ricoeur y su tesis sobre Hegel se la dirigió Balibar; es un hombre culto y ávido lector de los grandes de la literatura francesa–, Emmanuel Macron (1977) no logra consolidar su programa de gobierno desde que llegó a la presidencia de Francia y sin perjuicio de que en su primer mandato (2017-2021) llegó al poder con una amplia mayoría parlamentaria. Pero Francia es un hueso muy duro de roer. 

Con una presencia del gobierno en la economía de alrededor del 56% y uno de los sistemas de mayor nivel de recaudación de Europa, el Estado francés es una macro estructura administrativa heredera de las grandes reformas napoleónicas del código civil y de la administración pública que se combina con una sociedad históricamente combativa y exigente, además de acostumbrada al mantenimiento de los privilegios o conquistas –según se quiera ver– sociales y laborales que hace muy difícil implementar reformas de carácter estructural, que es lo que Macron ha intentado hacer desde el principio en los términos de la flexibilización laboral, la descarga impositiva a las grandes fortunas o la ampliación de la edad para la jubilación, que es lo que actualmente tiene a Francia en una situación de protesta permanente al no aceptar los francese que en vez de hacerlo a los 62, se puedan retirar hasta los 64 años. 

Además de eso, Francia tiene también la particularidad de ser la nación política con la que la Edad Contemporánea, entendida como Edad de las Revoluciones, se abrió paso en la historia por la vía más radical posible, que fue la de la guillotina y la decapitación de Luis XVI como símbolo de la inauguración de una verdadera nueva era que llega todavía hasta nosotros y que contrasta de manera plástica y radical, por ejemplo, con la Inglaterra cuya sociedad aborregada y frívola sigue soportando a una clase ociosa e igualmente frívola y estúpida como lo es la nobleza y su monarquía.

Pero eso no es todo. Francia es también un laboratorio metafóricamente nuclear, es decir explosivo y altamente peligroso en cuanto a sus implicaciones y consecuencias, de los problemas derivados por la migración islámica, que por generaciones ha estado fluyendo hacía allí para configurar una tendencia que apunta a la transformación radical de su sociedad, que pasará más o menos en 2050 de ser una sociedad judeo-cristiana y liberal, a ser una sociedad mayoritariamente musulmana, o casi, como ocurre en la actualidad con la ciudad de Marsella, según diversidad de estudios demográficos y sociológicos y que son recogidos literariamente por autores tan polémicos aunque certeros como Michel Houellebecq, en cuya novela Sumisión (Anagrama, 2015) hace una proyección completamente verosímil y posible de lo que está ocurriendo tendencialmente con la sociedad francesa como fractal de la sociedad europeo-occidental y que apunta hacia el escenario de un lento y gradual suicidio demográfico al que se están dirigiendo las sociedades a través del individualismo hedonista-individualista y capitalista y el correlato “de izquierda” progresista, victimista, adolescente e “insumiso” (Malenchon) que todo lo ve desde la perspectiva de los “derechos sociales” y los “derechos humanos”, la papilla ideológica favorita de los bobos e ingenuos progres europeos, y que carece de profundidad histórico-universal y geopolítica para comprender que el de la migración no es solamente un tema de derechos humanos: es una constante de la historia universal a través de la cual se puede explicar con peras y manzanas la caída y destrucción de los grandes imperios y que nada tiene que ver con la izquierda o la derecha.       

Este es el escenario, y estas las variables, que configuran un escenario de alta polaridad político-ideológica que muchos quieren seguir analizando desde el maniqueísmo de izquierda contra derecha, y que otros (Alfredo Jalife, Gideon Rachman) prefieren reinterpretar desde la polaridad patriotismo contra globalismo (o nacionalistas contra internacionalistas), y que es aquel dentro del cual, en todo caso, hubo de aparecer Emmanuel Macron como figura disruptiva del tablero tradicional del sistema político de la Quinta República francesa (1958) con su partido “La República en Marcha”, que sintomáticamente se declara como no ser ni de izquierda ni de derecha, precisamente, y que hoy ha pasado a llamarse “Renacimiento”, declarándose desde sus inicios como partido de ideología de centro en donde convergen el socioliberalismo, el europeísmo y el progresismo liberal.

Habiendo sido primero miembro de primer nivel del gabinete de Francoise Hollande, del Partido Socialista, rompió luego con él apoyado por la casa Rothschild y Henry Kravis (uno de los más poderosos magnates financieros de la globalización) para trazar una ruta política propia que parece más una derivación de las directrices del Club Bilderberg que de sus lecturas de Hegel, Ricoeur o Balibar. 

 

Para muchos analistas, el triunfo de Macron en 2022 frente al eterno competidor-perdedor Frente Nacional no garantiza más que la inmovilidad y la parálisis gubernamental en la única nación-potencia nuclear de la Europa continental. 

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