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Julian Assange: una nueva versión del mito bíblico de David contra Goliat

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El caso debería ser considerado un caso paradigmático, un caso que lleve a debate la libertad de prensa, la protección de los informadores y periodistas y el papel de los medios de comunicación en la era digital contra los poderes extraterritoriales 

T|CDMX|12042023.  Julian Assange llevó a cabo el acto más valeroso que puede hacer un periodista: mostrar los secretos de Estado que son o pueden ser de interés público y que no hay forma de conocer por parte de los gobiernos. Y este acto mostró las verdaderas formas e intenciones de las elites y los gobiernos más poderosos para ejercer su dominación. Nada de diplomacia, discursos democráticos y colaboración internacional, el puro y duro ejercicio de poder y dominación para controlar territorios, sociedades y recursos.  Desde 2010, gracias a Assange y WikiLeaks, conocimos información clasificada y confidencial del Departamento de los Estados Unidos, operaciones de espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés), abusos cometidos por el ejército de EE. UU. en Irak y Afganistán, y actividades del gobierno de Siria, entre otros. 

A través de las filtraciones el mundo se enteró, por ejemplo, que la NSA tenía un programa de vigilancia y espionaje global a un nivel tan minucioso que incluía teléfonos e internet particulares (caso Edwar Snowden) y de televisores inteligentes en dispositivos de escucha encubierta, “Weeping Angel, también de un programa de interceptación de cables de fibra óptica de las comunicaciones del gobierno de  Estados Unidos con otros países y del espionaje telefónico de políticos de Alemania, Francia,  Brasil y México (en 2013, WikiLeaks publicó que la NSA había espiado a  Enrique Peña Nieto y a su equipo durante las elecciones presidenciales de 2012, así como a AMLO, y obtenido información de estrategias de campaña). Es importante destacar que a las filtraciones nunca se les negó autenticidad, tampoco se debatió sobre privacidad, seguridad o derechos, intervencionismo, coacción, presiones políticas, por el contrario, se buscó elegir una “cabeza de turco” para dar un ejemplo a todos aquellos periodistas, organizaciones, periódicos o escritores, y de manera sutil  manifestarles que, en el caso del arcana imperium (secretos del poder estatal) o en del sublema de secreto (información clasificada especialmente sensible o restringida),  se trata de información  “sagrada” y que quienes violen su secrecía, serán severamente castigados o destruidos por cualquier medio legal o ilegal, tal y como lo hace E.U. con Assange. Las amenazas, presiones y campañas de desprestigio de la principal potencia del mundo contra el periodista de Australia no es más que una forma indirecta de atacar a cualquier medio no gubernamental o periodista que intente ir más allá de los comunicados oficiales del poder. Es una nueva versión del mito bíblico de David contra Goliat, en un mundo globalizado y controlado por los medios de comunicación y los interés de las elite económicas y políticas a través del Estado, que buscan preservar un orden mundial que les favorece y reprimir cualquier manifestación fuera de sus instituciones y controles.   

El debate sobre la libertad de Julian Assange es sobre los límites y alcances de la libertad de expresión, el interés público y los secretos, métodos y objetivos de la principal potencia del mundo. Sus acusaciones se basan en el viejo refrán político de “castigar al mensajero no al mensaje”, porque si se sanciona al mensaje se pone en juicio a instituciones y sistemas que actúan fuera de cualquier ley nacional e internacional y se cuestiona al discurso democrático para verlo como una falacia e instrumento para intervenir en la vida individual y en los sistemas políticos y regímenes de diversos países.  Julian Assange supo siempre, desde 2012, que se refugió en la Embajada de Ecuador en Londres para evitar su extradición a Suecia, acusado de delitos sexuales, que se utilizará cualquier tipo de maniobra para extraditarlo a Estados Unidos, donde sería sentenciado por la publicación de documentos secretos. A pesar de la muestra de cobardía del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, al revocarle el asilo político y con ello permitir que la policía británica lo detuviera, y a la presentación de la denuncia que en 2019 el Departamento de Justicia de los Estados Unidos por conspiración, piratería informática y violación de la Ley de Espionaje, se tienen la esperanza de que la presión internacional evite que el Secretario de Estado británico apruebe finalmente la extradición. 

El caso debería ser considerado un caso paradigmático, un caso que lleve a debate la libertad de prensa, la protección de los informadores y periodistas y el papel de los medios de comunicación en la era digital contra los poderes extraterritoriales, para saber a qué nos enfrentamos en un contexto en el cual existen condiciones tecnológicas para expiar y orientar la opinión de las personas en todo el mundo sobre determinados acontecimientos. Cómo se pudo observar con las filtraciones de WikiLeaks, habitamos un mundo de “verdades” públicas impuestas y debajo existe un “submundo” de secretos que benefician a algunos gobiernos y elites. Esa es la verdadera osadía de Assange, mostrar una realidad que trasciende la ficción y nos adentra en las prioridades y mecanismos de control en el mundo actual.  Por ello es importante no dejar que el discurso dominante presente el caso como una historia sobre piratería informática y peligros para la seguridad nacional, sino darle la dimensión que merece: el derecho a la verdad. 

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