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Temporada de Huracanes (o bien …nada de lo humano me es ajeno)

2023-03-06 171003

Sobre el libro Temporada de Huracanes, de Fernanda Melchor, editado por Penguin  Randon House (México, 2017)

Félix Martínez

La novela de Fernanda Melchor, publicado por primera vez en abril del año 2017, tenía hasta febrero de 2021 doce reimpresiones. El libro es un best seller y con toda seguridad se convertirá en una lectura obligada para conocer la realidad de estos años. Los elogios provienen de lectores comunes que muestran su asombro en las redes sociales, pero también de comentaristas y críticos literarios que hablan de su estructura, influencias, lenguaje y estilo, entre otras virtudes. Al libro no le sobran razones para tener la fama que en muy poco tiempo se ha forjado (su autora firmó ya la autorización para su traducción a 31 idiomas).

En Temporada de Huracanes se narra una historia que con frecuencia aparece en los periódicos sobre la violencia desbordada en cualquier pueblo o comunidad.  La propia autora señala que nació de una nota roja que, como miles, se publican diario en todo el país. Visto como nota roja no es más que la historia del “asesinato de un homosexual llevado a cabo por adolescentes drogadictos en un pueblo marginal y supersticioso en Veracruz”. Sin embargo, esta historia simple se vuelve una gran obra literaria en el momento en el que los hechos ficticios se transforman en un agudo y realista retrato de seres que habitan un mundo terriblemente marginal y en los que se ahonda en la naturaleza de sentimientos como el amor, el reconocimiento, la desesperanza, la ambición y la sobrevivencia. El libro es además un cuadro narrativo que incluye una sensible descripción de imágenes pálidas, colores bruscos, olores nauseabundos, creencias mágicas y formas lingüísticas tremendamente cotidianas, al grado que nos hace ver y sentir una realidad que nos causa horror, pero al mismo nos causa risa con su tono bucólico o “carnavalesco”. Es esta dualidad de la historia, cruda desesperanza y, de alguna forma, comedia de enredos, la que evita deprimirnos ante el relato y sobrellevar un contexto de horror y violencia que, sabemos, forma parte de la “normalidad” de este país.

La realidad palpable a lo largo de la historia, la cual nos engaña y hace olvidar que se trata de ficción, se revela a través del acertado ritmo, dislocado, de la narración (hay capítulos compuestos de un solo párrafo a lo largo de 40 páginas), en la selección adecuada de los acontecimientos sutilmente desconectados (para luego ser conectados en voz de otro narrador o personaje), en las descripciones equilibradas (la marca de unos tenis o en la forma como se consume una cigarrillo de marihuana)  y sobre todo en el uso de un lenguaje claramente común y cotidiano (plagado de groserías atinadamente usadas), que activa nuestros recuerdos y nos hace “revivir” la vida de muchas personas que habitan esta compleja y contradictoria realidad. Por ejemplo, es inevitable recrear con mucha facilidad, mientras se lee, esas comunidades pobres que surgen a las orillas de las carreteras, extenuadas por el sofocante calor y los olores que produce,  con sus fondas de comida, sus tugurios donde la prostitución se ejerce de día y de noche por niñas y mujeres maduras y la música triste y decepcionante que alimenta un paisaje estático de desolación y rutina; o bien, aquellos poblados “sin parques, ni parques ni iglesias, apenas un pullado de esas casas iluminadas por focos tristes”, construidos en medio de una naturaleza exuberante, con sus insectos, sonidos y noches terriblemente oscuras, donde habitan personajes con un mundo interno solitario, contradictorio y sin esperanzas.

El libro, además de construir un contexto social y natural oscuro y sensible, nos muestra a los personajes y su vidas, en una dinámica ágil que nos obligan a continuar la lectura hasta terminarla.  Y son precisamente los personajes, desde mi punto de vista, lo más extraordinario y difícil del libro. Su dificultad no deriva de una complejidad de carácter, propia de las historias de héroes o antihéroes, sino en que nos obliga a aceptar y justificar los móviles y fines de los personajes, basados en machismo, drogadicción, violencia, violación, explotación, superstición, tortura y abuso, pero sobre todo porque todo estos comportamientos los conduce a un destino fatal, individual y colectivo, como único sentido de la vida que pueden alcanzar. Temporada de Huracanes, nos presenta un mundo degradado o apocalíptico enclaustrado, con sus propias leyes de funcionamiento, sin que se atisbe un cambio o transformación o la llegada de un ente salvador (sea el gobierno, la iglesia o el trabajo) para que sus protagonistas deseen otra vida; es este destino tragicómico de los personajes, el que nos impide juzgarlos o buscar una distancia para no contagiarnos, y el que nos obliga a comprender lo humanamente que son y viven.

Además, es el lenguaje usado por la autora, el que nos permite reconocer la humanidad real y cercana de los personajes; el uso afortunado del lenguaje, que estalla en formas comunes, populares, se manifiesta vivo, ingenioso, ambivalente y cotidiano, pero es además, este uso tosco y burdo, como la señala la autora, el que siembra al relato de dudas y ambigüedades como manera de mostrar las motivaciones ocultas de los protagonistas, convirtiendo a los diálogos, pero sobre todo en los monólogos, en el eje de una trama fantástica, y casi detectivesca,  que poco a poco muestra sus profundidades psicológicas.

Este libro es, desde mi punto de vista, la historia de amores y rencores profundos, en una estructura literaria, que nos obliga a bucear en el fondo de la psicología de los personajes, para descubrir que en ese fondo no hay nada que sea ajeno a cualquier persona que se encuentra en un callejón sin salida. Es la comprensión de este mundo aterrador, pero común, y divertido, el que hará que Temporada de Huracanes sea una obra perdurable y, a la vez, un reflejo realista de un tiempo negro en la historia de nuestro país.

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